Este tema lo acepté debido a que los organizadores del evento, con discretas apelaciones a mi ego y al afecto que nos une, me lo impusieron. Aceptar un tema dista de proponerlo en magnitud y complejidad. La propuesta, cuando emana del autor, es un delta torrentoso que alimentamos por meses o años; por el contrario, la aceptación de un tema propuesto, casi por encargo, es el arduo trabajo de conquistar las alturas buscando la noria que le origina. Presentar una propuesta es un proceso conclusivo, aceptar una cuestión novedosa dentro de la agenda del trabajo personal implica la apertura de nuevas vías de investigación y por tanto desemboca su presentación en un conjunto de intuiciones e hipótesis, con mayor o menor nivel de profundidad, gracia y hasta utilidad.

 

El título de la presentación solicitada provoca aclarar lo que entendemos por postmodernidad debido a que, y esto es una suposición, el segundo elemento (la filosofía dominicana) es comprensible para este auditorio. Postmodernidad sugiere, como muchos términos filosóficos, la superación de un momento o manera de pensar para desarrollar, construir o alcanzar otro momento o pensamiento diferente. El prefijo»post» indica lo que acabo de decir. Aclaremos que no necesariamente lo nuevo es antagónico con lo precedente, pero si relacionado de alguna manera. Incluso como denominación postmodernidad evidencia que se carece de nombre para «eso» que surge y pretendemos entender.

 

La postmodernidad nos remite a Derrida, Foucault y Baudrillard, pero también a Nietzsche, Freud, Marcuse, Lyotard, Rorty, Habermas y hasta Heidegger,

 

especialmente por sus trabajos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Vale entonces que preguntemos ¿qué tienen en común esos pensadores, y otros que aquí no incluyo, para que los filiemos a propuestas postmodernas? La respuesta que ahora mejor puedo ofrecerles es que todos sospechan que la modernidad, concretamente la herencia racional, sumada a la ilustración y que parte desde Descartes, es falsa, superada o, peor incluso, perversa. Son postmodernos aquellos que cuestionan o combaten varias de las tesis principales de la modernidad.

 

Esos ingredientes tan elementales permiten un menú tan vasto que existencialista y nihilistas, analíticos y críticos, neo-marxistas y hasta neo-tomistas, son candidatos para engrosar las filas de ese amorfo movimiento postmoderno. Me parece, y esto es una hipótesis para futuros ensayos, que el postmodernismo es una ética intelectual necesaria, dentro del mundo académico e ilustrado, para desde lo nuevo y variado que se abre camino en el presente, confrontar el sólido prestigio de la razón. ¿Por qué? Porque novedad sólo es posible si se enfrenta la modernidad, lo contrario terminaría en comentario y continuación de «lo que hay”.

 

Lamentablemente, la influencia de los mass media y la locura por la «actualidad» de las diversas disciplinas del conocimiento, tiene también su expresión en la filosofía. Los «ismos» y los «post» son platos gourmets para consumo de mentes ingenuas, egocéntricos parlanchines de la tertulia barata y la necesidad de crearle espacios en los textos a los que no quieren invertir tiempo en la reflexión larga y densa. El postmodernismo

 

* Es actualmente profesor de filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde además desempeña la función de asistente del Vicerector académico. Realizó estudios de maestría en los Estados Unidos y mantiene por varios años una columna de opinión en un periódico de circulación nacional.

 

puede tener una densa naturaleza interna, pero seguro está envuelto en el oropel de palabras huecas que buscan prensa y las manías de los opinadores. que

 

Existe una sospecha todavía más grave respecto al llamado postmodernismo. Vincent Descombes en Lo Mismo y lo Otro y Juan José Sebreli en El asedio a la Modernidad hurgan en la posibilidad de que los postmodernos no sean otra cosa que premodernos. Que bajo la superficie de una ligera crema de vanguardia se esconda el hondo y denso substrato de una rancia mentalidad. Porque hacia donde parecen apuntar todos, con mayor o menor tino, es a desacreditar la razón. Paradigmática es en ese sentido la afirmación de que «todo discurso es simple metáfora» postulado por Rorty. Si las palabras son entidades ajenas al arjé y al areté, si el discurso no representa lo verdadero, entonces la fuerza y la astucia pasan a ser el único referente para relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza. Técnica y Mercado, en sus expresiones más puras, son hijos legítimos de la postmodernidad. Etica y Utopía serían los últimos fantasmas de la modernidad.

 

La postmodernidad pues, ese problema que nos adviene, como todos los relativos al desarrollo de las ideas y los modos de hacer que del exterior de nuestra sociedad proceden, genera una problemática singular al llegar a nuestro ámbito. Establezcamos sin tapujos el hecho cardinal: ni la modernidad, ni cualquier movimiento significativo que le interpele, aparece como resultado de un esfuerzo dominicano.

 

El pensar, como primera impresión, aparece como planta exógena.

 

que No es que no tengamos las capacidades, sino que la iniciativa ha sido tomada por otros, entramos a un juego comenzado, sin posibilidades de arrancar desde cero. Nos acercamos al filosofar teniendo resolver de entrada tres graves problemas: el titánico esfuerzo de asimilar todo lo producido antes de que tan siquiera fuéramos, segundo, buscar las claves para entender lo que se produjo en un ambiente que, diferente al nuestro no es a la vez, completamente ajeno; y por encima de todo, necesitados de ser originales y estar «a la altura de las circunstancias». Todo este embrollo late en el fondo de la letanía que conocemos como filosofía latinoamericana o «nuestro problema de identidad».

 

Pero a la vez, la manera en que «nos hacemos modernos», de manera históricamente determinable, genera un modelo que, con sus diferencias notables, es común a muchos de los pueblos conquistados y

 

colonizados por potencias europeas, específicamente en América Latina.

 

Desde esa forma de modernidad, pensamos la modernidad y por supuesto recibimos la postmodernidad.

 

La modernidad entonces, y por necesidad, es atípica en nuestros lares y muchos de sus rasgos esenciales, concretamente los relativos a la constitución de una razón significativa y la construcción de un orden social, queda en el plano formal. Nuestras graves angustias en el pensar y el hacer siguen centradas en la pregunta sobre quiénes somos, que es sintomático de la manera compleja que lo moderno nos impacta.

 

Frente a la cuestión de nuestra identidad (en el ámbito latinoamericano) se abre un abanico de propuestas que tienen como extremos puros: por un lado la aceptación de la modernidad europea como máxima expresión de lo civilizado, de lo humano, en el otro extremo, el rechazo de todo lo exterior como responsable de la alineación de nuestro ser y la búsqueda de una expresión autóctona sin influencias europeas o estadounidenses. Por supuesto las mezclas de esos extremos son las más fructíferas y originales.

 

Tal como llegó la modernidad, arriba la postmodernidad, del exterior. Los conceptos y razones que le sostienen son tan exógenos como los de la posición que pretende enfrentar. Sin una solución alcanzada frente a la mal digerida modernidad que nos gastamos, nos desbordan las posturas postmodernas. Ni la pregunta hicimos, ni la respuesta elaboramos, pero no hay forma de aislarse y menos en este instante. En consecuencia, si es marginal la asunción de la modernidad, ¿qué podemos esperar de la postmodernidad?

 

Preveo dos grandes escenarios que ya comienzan a dar señales de articulación y que parece continuar los mismos senderos de la modernidad en su aclimatación bizarra a nuestras mentes. Por un lado la asunción del discurso postmoderno en sus palabras y temas, ajeno completamente a la realidad que nos circunda, como ejercicio erudito, en el mejor de los casos, o pose intelectual de cafetería, en el peor. El otro escenario sería la alianza de aquellos que en diversos grados rechazan la modernidad, con todas sus expresiones económicas en los autores postmodernos herramientas teóricas para fortalecer sus posiciones.

 

De ese último caso tenemos en el marxismo un precedente interesante, ya que fue asumido, con sus

notables adaptaciones, en las naciones colonizadas por Europa Occidental como un instrumento teórico y práctico contra Europa misma. Por supuesto el marxismo sigue siendo moderno, aunque muchos autores de la corriente postmoderna, especialmente los provenientes de la Escuela de Frankfurt, encuentran en Marx el estímulo inicial para una crítica más profunda que a efectuada por el autor de El capital a la modernidad.

 

De este ejercicio de profetismo barato que acabo de realizar acerca de la previsible influencia de la postmodernidad en nuestro ámbito, se desprende a mi entender el nudo central que nos concierne y que ha de ser la clave para la filosofía, sea que la consideremos en el plano estrecho de lo dominicano o en el amplio de lo latinoamericano. Me refiero al interés por lo que somos y hacemos.

 

No considero que un pensar dominicano o latinoamericano ha de centrarse en el problema de I para que sea tal, es decir, pensamiento nuestra identidad dominicano o latinoamericano. A la vez, no hay filosofía dominicana o latinoamericana por el mero hecho de que estudiemos, entendamos y enseñemos todas las múltiples facetas de las diversas tradiciones filosóficas de la humanidad, especialmente la occidental.

 

Habrá, porque todavía no la hay, una filosofía dominicana, cuando nos involucremos seriamente con los problemas que nos afectan (lo particular), buscando sus fundamentos (lo universal) y seamos capaces de dialogar con nuestros colegas de todo el mundo sobre los asuntos que realmente estemos desgajando a la densidad del ser. Cuando eso acontezca, dejará de ser un problema si estamos o no haciendo filosofía dominicana, pero estaremos construyendo la filosofía que debemos, es decir, la filosofía dominicana.

 

La postmodernidad, en cuanto movimiento exterior, engrosará los espacios de nuestros conceptos y problemas, de igual manera como la adquisición de nuevas herramientas mejora la calidad del artesano pero, en cuanto discurso crítico de la modernidad nos

 

puede ayudar a tomar distancia, tanto de los elementos que lo moderno nos ha sembrado acríticamente, como aquello que podamos desde la racionalidad moderna percibir críticamente en estas nuevas posturas, y ambas, en mutua comparación, nos servirá develarnos más hondo lo propio, claro, si nos esforzamos en esa hercúlea empresa del espíritu. para

 

El siglo que comenzará dentro de un año y once meses encontrará en nuestro país a la primera generación relativamente numerosa, luego de varias personalidades aisladas y significativas de quehacer filosófico, con los elementos básicos para desarrollar un ámbito reflexivo de calidad y una producción literaria (y supongo que virtual) de valor semejante a la de naciones como México, España y Argentina.

 

A esta generación, de la cual me siento pertenecer de pleno derecho, nos falta casi todo el dominio de la cultura clásica y mucho en cuanto a las lenguas modernas y el uso del razonamiento lógico que la escuela analítica ha propagado en el medio filosófico mundial con tanta efectividad. No nos falta la sensibilidad, ni la madurez de juicio, pero sí la sistematicidad en la producción escrita. Tenemos acceso a un conjunto de recursos bibliográficos moderadamente buenos, pero el tiempo lo debemos vender como carne molida de tercera en jornadas agotadoras de clases introductorias de filosofía a grupos multitudinarios para poder sobrevivir. Otros, buscando mejores ingresos, han tenido que aceptar labores tan distantes de la propicia para el cultivo de la reflexión filosófica, que en la práctica han abandonado esta disciplina del conocimiento.

 

Este escenario, irónicamente, es postmoderno, no porque así lo queramos, sino porque se nos impone. Necesitamos trabajar por un orden académico moderno que nos permita superar el desorden postmoderno que padecemos. ¿Contradictorio? Quizás, o ¿no será esa la respuesta, entonces tendremos el mérito de ser los pocos que desde la postmodernidad bastarda que nos gastamos, saldremos a buscar y construir la modernidad racional que demandamos.