Prof. Eulogio Silverio

Prof. Eulogio Silverio

Buenos días

Tenía pensado hacer un chiste para comenzar y, de paso, relajar un poco el ambiente. 

Siempre produce cierta inquietud empezar a hablar, especialmente frente a un público tan diverso, que va desde bachilleres hasta profesores, incluidos algunos que fueron mis maestros.

Lo que quería pedirle a William, ya que veo que es tan eficiente haciendo resúmenes, es que haga un resumen de lo que voy a decir antes de que lo diga, así nos ahorramos mi exposición. 

¿Verdad que sí? 

Porque él lo hace muy bien.

Como director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), me corresponde explicar por qué el VI Congreso Dominicano de Filosofía 2025 ha elegido el tema: «Pensar en español: apuesta por la identidad dominicana». 

Ayer, el profesor Roque Santos mencionó que le parecía sospechoso este título, y debo admitir que me alegró que lo considerara así. A este nivel, sabemos que las palabras no son ingenuas; están cuidadosamente elegidas, y este título lo está, precisamente, por las razones que hemos comenzado a discutir en este precongreso.

La lengua española es hablada por más de 600 millones de personas. Esto es un hecho, no es una invención. Y es así, a pesar de los esfuerzos que se hacen para evitarlo, no solo desde aquí. Nuestros políticos —como decía nuestro profesor de Filosofía del Lenguaje, Mejía Contanzo— actúan como ‘lámeculos’. Lo decía así, con acento donde no correspondía, pero el sentido está claro: nuestros políticos simplemente siguen el guión que marca el director de la orquesta, que, naturalmente, está fuera. Y esto no es ingenuo.

No critico al imperio hegemónico actual por actuar de esta manera. Al fin y al cabo, el papel de cualquier imperio es diseñar el mundo que le conviene. Lo que no debemos ser ingenuos somos nosotros. No estoy criticando a los estadounidenses, ingleses, franceses o alemanes por reivindicar que su lengua es superior o que debe ser dominante. Es lo que deben hacer. 

Lo importante aquí, es reconocernos parte de una comunidad lingüística, el español, que tiene más de 600 millones de hablantes y ese hecho, la convierte en una lengua relevante, para el presente en marcha y para el porvenir.

La lengua no se habla gratuitamente. El español llegó a nosotros de la mano de un imperio, el imperio español. España fue un imperio y, junto con él, trajo su lengua, de la misma manera que la lengua árabe llegó donde llegaron los árabes, y la religión musulmana se extendió donde llegaron los musulmanes. 

Se ha dicho, incluso por los propios españoles —y nosotros en América Latina lo hemos repetido—, que España no produjo pensamiento filosófico. 

Esto evidentemente es un error. Porque no es posible gobernar un imperio sin que tenga detrás un pensamiento filosófico. Sin una filosofía propia, eso es virtualmente imposible. Es absurdo afirmar que no se produjo un pensamiento filosófico en lengua española.

Lo que sucede es que la filosofía del imperio español se desarrolló en los seminarios. Allí se formaron las mentalidades de los políticos, abogados, médicos y todos aquellos que servían al imperio. Ahí estuvo su filosofía. 

El Dr. Bartolo García, parafraseando a Wittgenstein, decía que «los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo». Esto es algo a lo que debemos prestar mucha atención, porque es cierto. Pero también sabemos que con el lenguaje se crean y se dibujan mundos. No es lo mismo —ni lo será nunca— pensar en español que pensar en alemán, francés o inglés. No es posible formar a un dominicano en otra lengua que no sea la nuestra. No se puede hacer un dominicano en ruso o en inglés. Debemos tener claridad en esos asuntos.

El español tiene más de un 60% de raíces latinas, lo que lo convierte en una lengua rica, ideal para expresar el pensamiento filosófico o científico de manera adecuada. Es una lengua que permite expresar matices que están vedados a otras lenguas.

Ayer se mencionó que este congreso ha tomado, según algunos erróneamente, el título «Pensar en español: apuesta por la identidad dominicana». El profesor Roque argumentaba que hay otros elementos que mejor representan la identidad dominicana. Claro, no estamos diciendo que la lengua sea el único factor que define la identidad, eso lo sabemos. Sin embargo, la lengua española es quizás el factor más importante, y no porque la hayamos elegido, sino porque fue la que llegó con el imperio español. Esa fue la lengua con la que aprendimos a enamorarnos, a hacer poesía y, también, a despedir a nuestros muertos. No es solo el idioma que hablamos, es también parte de nuestra psicología.

El profesor también decía que hay otros temas que podrían representar mejor la identidad o que serían más relevantes en esta época, lo cual es posible. Pero eso depende de la óptica de quien define el problema. Y, en este caso, hay que decirlo con humildad —aunque ustedes saben que no es humildad—: quienes dirigen las instituciones en un determinado momento inevitablemente imprimen su sello a lo que hacen.

Esa es la razón detrás de esta elección. Cuando otros dirijan esta institución, podrán poner sus propios temas. Si quieren decir que los dominicanos somos racistas, que lo hagan. Pero, mientras tanto, vamos a trabajar con el tema de pensar en español, porque entendemos que es una barrera efectiva contra la haitianización que promueven algunos.

Quienes me escucharon ayer y me escuchan hoy podrían pensar que este congreso tiene la intención de imponer una temática y una visión. Pero esto no es correcto. Todo lo contrario, queremos discutir estos temas. No se trata de que el profesor Roque o cualquier otro compañero dejen de pensar como piensan; lo que deseamos es que traigan sus ideas a la mesa de debate.

Eso es lo que hace un congreso disciplinar: coloca sobre la mesa los puntos que no han tenido solución o que son complejos. Vamos a discutirlos y veremos si de aquí surge una solución.

Pensar en español no es una elección ingenua ni descuidada, como ya dije ayer y repito hoy. Esto viene a propósito de que la República Dominicana actual enfrenta una amenaza latente y permanente: un vecino empobrecido y devastado, un país que no ha logrado desarrollarse, que carece de instituciones y cuya miseria obliga a muchos de sus ciudadanos a cruzar hacia nuestro país para sobrevivir.

Nadie se deja morir; eso lo tengo claro. Pero la pregunta es: ¿debemos nosotros sacrificar el bienestar que hemos construido para nuestros hijos y nietos por un falso humanismo que nos induce a creer que debemos ceder nuestros recursos vitales a favor de personas que ni nos quieren ni nos respetan? Los haitianos están haciendo lo que deben para sobrevivir, y bien por ellos. El problema somos nosotros, los dominicanos, que no entendemos que la nación dominicana y el territorio que hoy poseemos no nos fue dado gratuitamente.

Me disculpan los profesores que hacen poesía, pero este territorio no se consiguió haciendo poesía. Se consiguió luchando contra todos aquellos que lo deseaban. Si queremos mantenerlo, debemos estar dispuestos a defenderlo, hoy con palabras y, mañana, con sangre, si fuera necesario.

Si los dominicanos perdemos la voluntad de defender lo que nos legaron nuestros padres fundadores, corremos el riesgo de desaparecer como República Dominicana.

Por eso reivindicamos el uso del español como una arista importante, quizá la más importante, para mantener nuestra identidad. No queremos ser haitianos, ni queremos ser absorbidos por la lengua del imperio norteamericano. Claro que debemos aprender inglés, francés, alemán o cualquier otro idioma para hacer comercio y comunicarnos con otros países, pero la lengua que nos hace dominicanos es el español. Y no porque amemos dogmáticamente la lengua española, sino porque es la que nos tocó. Hoy podría estar dando este discurso en árabe si los árabes hubieran llegado aquí, pero no fue así; llegaron los españoles.

Para concluir, quiero decir que este congreso está abierto a todas las ideas. No es nuestra intención imponer un pensamiento único. Yo defenderé mi posición hasta que alguien me convenza de lo contrario, pero quien tenga una postura diferente, que la traiga a la mesa. Al final de la discusión, nos daremos la mano como buenos amigos, porque eso es lo que hacemos quienes amamos el debate de ideas.

Yo, particularmente, entiendo la filosofía como pensar en contra de algo o de alguien. No se puede hacer filosofía simplemente repitiendo lo que ya está dicho. La filosofía debe confrontar ideas, y mi método preferido es triturar aquellas con las que no estoy de acuerdo o que considero erróneas. La esencia de un congreso de filosofía está en debatir ideas encontradas y, si es posible, encontrar soluciones.

Finalmente, quiero puntualizar que este congreso no está cerrado a temas como el transgénero, el racismo, el feminismo o cualquier discusión sobre tecnología. Este congreso aspira a dejar un registro de lo que estamos haciendo hoy y, con suerte, comprender lo que debemos hacer en el presente para asegurar un futuro en el que la República Dominicana sea una nación fuerte y vigorosa.

Esa es nuestra aspiración.