Pedro Francisco Bonó

Pedro Francisco Bonó

Con Pedro Francisco Bonó, la «Sección Pensamiento Dominicano» de LOGOS inicia las entregas que tienen como primer objetivo dar cuenta de cómo se ha ido desplegando el pensamiento dominicano, y segundo, poner de relieve los aportes hechos por éste a la cultura universal.

¿Has oído hablar de Bonó? Probablemente sea la primera vez que te enteres de que la R.D. tiene un intelectual y patriota de la estatura de nuestro pensador.

Bonó es ya un jovencito de quince años cuando estalla el grito de independencia hacia 1844. Apenas tiene veinte años cuando publica EL MONTERO, novela importante de tipo costumbrista. Y como vivió cerca de ochenta años, teniendo la oportunidad no solo de participar, sino también de estar a la cabeza de acontecimientos como la Revuelta Liberal Cibaeña de 1857 y la Guerra de la Restauración, Bonó se convierte en un testigo excepcional de procesos históricos a través de los cuales se va decidiendo y cocinando el Ser Dominicano.

¿Qué ha consagrado a Bonó como un teórico sobresaliente de la Dominicanidad? ¿Por qué razón no podemos dar cuenta adecuadamente de lo que somos como pueblo ignorando sus tesis y planteamientos?

Aclaremos de entrada que los escritos de Bonó se encuentran recopilados en la obra PAPELES DE PEDRO F. BONO, de Emilio Rodríguez Demorizi (Edit. M. Pareja. Barcelona. 1980). Consta de 636 páginas y constituye el Vol. XVIII de la Colección de la Academia Dominicana de la Historia.

A continuación, expondremos algunas de las tesis más sobresalientes de su filosofía social, las cuales brotan -según nuestro pensador- «de profundas y largas meditaciones» realizadas en San Francisco de Macorís, ciudad que eligió como retiro luego de abandonar Santiago de los Caballeros.

El dominicano es un pueblo virtuoso, emprendedor y trabajador. Tal visión optimista y positiva de la sociedad dominicana no es compartida por los intelectuales contemporáneos de Bonó, ni por los que le sucederían en este siglo XX. Los puntos de vista de éstos nos presentan como un pueblo haragán, perezoso, incapacitado para el autogobierno y abocado a un inminente fracaso. Constantes guerras civiles y gobernantes tiranos constituyen efectos de los vicios y deformaciones peculiares de la Nación Dominicana.

Lo bueno que hay en el pueblo dominicano ha de ser buscado en las clases trabajadoras. Bonó elogia el trabajo productivo por parte de los indígenas, los esclavos africanos y los obreros que conoció en su época; en cambio, resalta el parasitismo de las «clases directoras» cuya conducta se explica acudiendo a la historia colonial.

Ni la ubicación geográfica ni la síntesis racial que nos constituye han contribuido a deformar nuestro carácter como pueblo; por el contrario, ello nos coloca en un sitial privilegiado. Lo que ha hecho falta es la existencia de gobiernos que imiten al trabajador dominicano.

4- La clase directora tiene una visión denigrante acerca del trabajo manual: sólo son nobles las profesiones liberales, de ahí que nuestros jóvenes sólo aspiren a ser abogados, médicos, licenciados….

5- El Santoral Católico debe ser reformado. Existen demasiados días de fiestas en un país pobre y atrasado. Además, muchos dominicanos creen pecaminoso laborar en cualquiera de esos días festivos.

6- Uno de los males que más afectan la República Dominicana es el estado deplorable de los caminos, cuando existen. El país está incomunicado y ello coloca obstáculos insalvables no sólo a la economía (agricultores y comerciantes no tienen formas de transportar las cosechas o mercancías), sino también a la política (la nación está dividida y se dificulta organizar un Estado moderno).

La sociedad dominicana está marcada por una contradicción básica: el del campo ve al de la ciudad como a un enemigo al que debe mantener y del cual sólo debe esperar obstáculo a la producción e impuestos. Aquí no hay contradicción burguesía-proletariado: eso es asunto de los países europeos.

8- Muchos hablan de que en el país hay progreso, pero tal prosperidad es ilusoria: mero espejismo para deslumbrar a ignorantes. En lugar de progreso lo que cabe es hablarse de despojo, de proletarización. Bonó afirma que en el país hay muchas personas de talento que se dedican a escribir, pero los mismos quedan atrapados en detalles insignificantes y en cuestiones accidentales; «mientras que las frías meditaciones que sugiere la ciencia de la observación filosófica no entran en la manera general de tratar nuestras cosas» (Op. Cit. Pág. 287.).

Cuando muchos ven progresos en las máquinas que introduce el capitalismo europeo o en el ferrocarril que se construye durante la dictadura de Ulises Heureaux, Bonó observa los efectos sobre la sociedad dominicana: «Situación temible preñada de catástrofe es hoy la del trabajador agrícola (…). Al antiguo labriego del Este solo queda su persona» (IB. P.281).

Tal y como expresa Raymundo González, Bonó se coloca en la línea de defensa de las masas empobrecidas del país, víctimas de la explotación del capital extranjero (Véase su obra «BONO INTELECTUAL UNO DE LOS POBRES». Edidt. Búho. Sto. Dgo. 1994).

Bonó fue un intelectual de mucho optimismo al teorizar acerca de la Nación Dominicana del pasado y, en muchos aspectos, de la que conoció mientras vivió. Pero también militó en el pesimismo crítico al lograr insertarse con tanto acierto en nuestra cruda realidad, palpándola en su total desnudez y auscultando su más íntimo latir. Gracias a esto es que pudo llegar a predecir, a tres años de iniciarse, la dictadura que le esperaba al país en la persona de Ulises Heureaux.

Su ensayo APUNTES SOBRE LAS CLASES TRABAJADORAS le ha granjeado el título de Padre de la Sociología Dominicana. En esta capital operan el Centro Bonó y el Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó, ambas entidades dedicadas a la investigación y a la reflexión en torno a la problemática económico-social, política y filosófica de la R.D., dirigidas por los Sacerdotes Jesuitas.

¿Cuál es el alcance filosófico del pensamiento de Pedro Francisco Bonó?

Bonó es un filósofo de lo social con cuyos aportes hay que contar a la hora de pasar balance en torno a la verdadera identidad del pueblo dominicano. No busquemos en él al filósofo sistemático, vale decir, un pensador en cuya obra se expongan teorías peculiares sobre el conocimiento humano, la moral, el hombre.

Como abogado, político, analista social y económico, bebió en las fuentes primarias de la jurisprudencia, del liberalismo político, de la economía clásica y se mantuvo apegado a los principios filosóficos, teológicos del pensamiento judeo-cristiano.

No hay constancia de que conociera los escritos de Marx ni de los autores positivistas clásicos. Sin embargo, tiene conceptos y formas de enfoque en que se advierten parentescos con ellos. Sí puede darse como supuesto su conocimiento de la doctrina hostosiana.

A Bonó le asiste una forma muy original de abordar y dilucidar los problemas de la sociedad dominicana, imposible de hacerla encajar dentro de las perspectivas teórico-metodológicas vigentes en su tiempo. ¿Se debe ello a lo que él afirma de sí mismo: «veo lo que muchos no ven»? ¿Tiene que ver con esto su expresión de que «tengo buen juicio, no lo niego, pero es en la forma filosófica»?

¿No se advierte la presencia de algún «ángel filosófico» en el pensamiento: «En cada hombre reside un descontento perpetuo»?

¿Y qué te parece la siguiente expresión de Bonó (pronunciada en un instante de su vida en que lamentaba la situación del país y avizoraba un futuro sombrío para éste): «no se puede amar, las más de las veces, lo que nos hace infelices»?

Como ha de notarse, en Bonó late la preocupación de hasta qué punto tantos infelices dominicanos de su tiempo iban a tener amor por su nación si en ella no encontraban motivos para sentirse felices.

A más o menos un siglo de Bonó, cabría bien hacernos las siguientes preguntas: ¿Es el amor a la patria un amor incondicionado? ¿Depende ello de que encontremos en ella espacios para vivir felices? ¿Siguen o no amando a su patria los cientos de miles de dominicanos que han tenido que emigrar? ¿Están ellos orgullosos de ser dominicanos? ¿Lo estamos nosotros aquí? ¿No tenemos ya dos países: «los de aquí» y «los de allá»?

Por otra parte: ¿Quiénes llegan al país a llenar el vacío laboral de los que huyen al extranjero o se mudan del campo a la ciudad? ¿En quiénes está ya descansando gran parte del trabajo manual dominicano? ¿Cuántos haitianos viven y trabajan en el país? ¿En qué condiciones viven? ¿Qué impacto tiene que mujeres haitianas ingresen cada día en mayor número al servicio doméstico en el seno de familias dominicanas?

¿Dónde se crea más cultura autóctona: trabajando de mesero en los centros turísticos o recolectando café y cacao? ¿Dónde se crean más valores morales y patrios, laborando en las zonas francas o cuidando nuestros niños de siete de la mañana hasta el atardecer?

¿En qué sentido está siendo transformada la sociedad dominicana? ¿Cuál identidad tendrá tu patria en el año 2030, siendo tú un hombre o una mujer de cincuenta años?

Hay tesis y planteamientos Bonó que conservan gran vigencia hoy entre nosotros. ¿O hemos cambiado tanto que ya no nos dicen nada?