Dr. Alejandro Arvelo

Buenas tardes a los miembros de esta clase del II Curso de Filosofía Verano 2024 de la Escuela de Filosofía.

La religión es parte del universo simbólico de las sociedades. David Hume sostiene en su “Historia natural de la religión” que, hasta el momento en que él escribió ese texto, y que considero se puede extender hasta el presente, no existe pueblo sin religión, así como no existe pueblo sin música ni danza. La religión es un invariante antropológico. 

La religión, de una u otra forma, parece estar siempre ligada a la existencia de la condición humana. No ocurre lo mismo con la escritura o la filosofía, que aparecen más tarde en el tiempo. Pero nuestro tema es la religión como frontera identitaria, específicamente referida a la República Dominicana.

Comencemos por el principio. Cicerón dejó dicho que «la historia es maestra de la vida» (magistra vitae). Es decir, la vida de los hombres, tanto en términos individuales como colectivos, tiene una estructura narrativa, y para comprenderla es necesario remitirse al pasado y al presente, para poder auscultar de algún modo el porvenir. 

Hablemos, entonces, un poco del pasado. Nos situamos en el 15 de marzo de 1495, apenas dos años y algunos meses después de la llegada de los europeos, en la figura de Colón y quienes le acompañaron. Recordemos que los europeos entraron a la isla por la parte norte, específicamente por el área que hoy pertenece a Puerto Plata. De hecho, el primer asentamiento europeo en América fue en La Isabela. 

Los europeos iniciaron un lento proceso de avance por la Cordillera Septentrional hasta llegar al valle del Cibao. No voy a referirme a lo que Colón dijo acerca del Valle del Cibao y por qué llamó a esas tierras “La Española”, ni por qué denominó al primer asentamiento “La Isabela” en honor a la Reina Isabel la Católica; eso podría ser tema de otro diálogo. Lo importante es que, en ese proceso de avance, el 27 de marzo de 1495, tuvo lugar una batalla en el Santo Cerro, en lo que luego sería La Concepción de La Vega. Los aborígenes resistieron y los conquistadores pretendían forzar el paso. 

Por primera vez, apareció una virgen en lo alto del Santo Cerro, que, según la narración de Bernardo Pichardo en su “Historia de Santo Domingo”, tomaba las flechas que los aborígenes lanzaban a los europeos y se las devolvía.

Esta narración nos muestra dos cosas: primero, que los dioses, mayores, menores, secundarios o terciarios, responden siempre a una nación. En el caso de la Virgen de las Mercedes, ella estaba respondiendo al pueblo del que formaba parte, que en este caso era el pueblo español. 

Desde el punto de vista de la identidad, este es un ejemplo de traición a las búsquedas futuras del ser nacional. ¿Por qué? Porque en ese caso, la virgen estaba poniéndose del lado de uno de los tres componentes de la dominicanidad, en este caso, el componente europeo, y más específicamente, el español.

Hay otro momento en el que no es la virgen, sino quienes le rendían culto a ella, a Jesús, a Dios, o a la Virgen de la Altagracia, quienes parecen jugar a la traición. Esto se refleja vivamente en la proclama de independencia de José Núñez de Cáceres, donde él dice exactamente lo siguiente: «Debo también prevenir contra otro escollo no menos peligroso, ya que por vuestro candor y docilidad estáis muy expuestos. Se os acercarán otros enemigos de la patria, cubiertos con la máscara de la religión, y os querrán persuadir de que cometéis una infidelidad, porque los reyes y sus coronas están sostenidos por el brazo fuerte del Todopoderoso. No los escuchéis. La religión que bajó del cielo, que es santa y nos enseña de tantos modos infalibles la igualdad de nuestro origen y destino, no puede proteger las iniquidades de unos déspotas coronados que ocupan tronos teñidos con la sangre de millares de sus semejantes, que ascendieron a ellos con violencia y los retienen por la fuerza».

Aquí vemos una suerte de punto de inflexión, en el que el primer héroe y primer independentista dominicano trata de tomar distancia de la religión oficial imperial, pero sin renunciar al credo católico. De hecho, las relaciones que desarrollará Núñez de Cáceres y el equipo que asume el gobierno el 1 de diciembre de 1821 serán muy cercanas al padre Valera, quien luego tendrá que salir casi violentamente hacia Puerto Rico por la persecución de los invasores meses después.

Lo que quiero destacar en este momento es que la religión es uno de los componentes básicos de los universos simbólicos de los pueblos. La religión corre pareja a los hábitos mentales, a los usos y costumbres, que incluyen desde el folklore hasta la culinaria, y naturalmente, a la lengua. La religión da orden al caos que es la vida; es respuesta al terror de la inseguridad que representa lo incondicionado, lo que queda por delante, y en ese mismo sentido, representa una cifra de esperanza. La religión es inseparable de la utopía, aunque las utopías, como las conocemos en filosofía, procuran, desde el Timeo y la Nueva Atlántida de Bacon o la Ciudad del Sol de Campanella, traer el cielo a la tierra. Las religiones, por su parte, nos procuran la garantía de una vida futura.

En ese sentido, la religión es una respuesta a la incertidumbre y al dolor de vivir; es un principio de esperanza. Y a propósito de ese principio de esperanza y del factor unitivo que ha representado, nos vamos a referir enseguida. La religión, en el caso de los dominicanos, ha sido un factor unitivo fundamental. Valdría preguntarse, ya que estamos en un encuentro de filósofos, si los pueblos, si las naciones, necesitan más de verdades que de creencias para permanecer unidas. ¿Qué es lo que mantiene unida a una nación un conjunto de verdades científicas o un imaginario que le permite nuclearse, seguir adelante y soñar con un futuro prometedor en conjunto?

En el caso de la República Dominicana, o más apropiadamente, en el caso de los dominicanos, la religión ha sido un factor unitivo fundamental. John Stuart Mill, en su ensayo La utilidad de la religión, un texto breve pero significativo sobre el tema religioso, que es un tema filosófico por excelencia, señala que una cosa es practicar una religión o pertenecer a ella, y otra es observarla como un fenómeno social humano constante en la historia del devenir de la humanidad. Stuart Mill sostiene que, en el caso del cristianismo, hay una tensión entre la bondad infinita que representa Jesús en el Nuevo Testamento y la salvación personal, que parece poner mucho énfasis en el individuo, hasta el punto de que podría inducir a una persona a buscar la salvación incluso a costa de que otros no la alcancen. No es tanto el interés de que otros logren la salvación; la salvación es personal, un discurso que empalma bien con la visión luterana del cristianismo.

En el caso del catolicismo en la República Dominicana, si nos remitimos a la batalla de La Limonade, ocurrida en 1791, encontramos que la advocación de la Virgen de la Altagracia fue un factor unitivo. Los habitantes de la parte oeste de la isla solían entrar de manera agresiva a la parte este, es decir, a la parte española, para raptar reses, ocupar bienes e incluso secuestrar mujeres. En esa ocasión, bajo la protección de la Virgen de la Altagracia, los dominicanos se defendieron. ¿Por qué la protección de la Virgen de la Altagracia? Porque unos legionarios provenientes del este trajeron consigo el retrato de la Virgen, y terminaron atribuyendo a esta advocación de María el triunfo en la batalla de La Limonade, que incluso concluyó con la muerte de un general francés. Aquí, el elemento cristiano-católico no aparece como un factor individual, sino como un elemento unitivo colectivo.

Si damos un salto en la historia, nos encontramos con que, en el juramento trinitario, la fe vuelve a aparecer como un elemento unitivo, no solo como una búsqueda de la salvación individual. Basta recordar cómo comienza el juramento: «En nombre de la Santísima y Augusta Trinidad, Dios Omnipotente, nosotros, los trinitarios, en nombre de nuestro fundador y presidente Juan Pablo Duarte, etc.» 

En este caso, la fe y la religiosidad se convierten en elementos que facilitan, posibilitan y viabilizan un proyecto de vida en común para los dominicanos.

En ese mismo juramento, no debemos pasar por alto que también se diseñó el pabellón de la República Dominicana, que incluye una cruz blanca. Según Duarte, esta cruz simboliza no sólo el sacrificio, sino la redención de los dominicanos. Luego, en otro momento crítico para la República Dominicana, durante la intervención militar norteamericana de 1916 a 1924, la religión volvió a ser un elemento importante de unidad nacional. 

Mañana se cumplirán 102 años desde la coronación de la Virgen, un evento que tuvo lugar el 15 de agosto de 1922. Se realizó una gran procesión que partió de la iglesia de San Dionisio y llevó la imagen de la Virgen hasta la Puerta del Conde, lugar donde se proclamó la independencia. 

Prestemos atención a los símbolos: desde el santuario de la Virgen hasta la Puerta del Conde. ¿Hasta qué punto influyó este acto en la salida de las tropas norteamericanas? Es fundamental considerar la importancia de los universos simbólicos y el rol de la subjetividad en la construcción de la historia. 

¿Qué significa para los dominicanos decir «soy cristiano» o «soy católico»? Significa, indirectamente, decir «no soy protestante», la religión no oficial, pero mayoritaria en los Estados Unidos. Decir «soy cristiano» implica también «no practico el vudú». Visto desde un punto de vista simbólico, el conjunto de creencias religiosas mayoritarias en la República Dominicana se convierte en una frontera identitaria, un factor diferencial frente a los dos pueblos que nos han invadido: uno durante 22 años, de 1822 a 1844, y el otro en 1916, 1924 y 1965.

Siempre debemos hacernos la pregunta que planteó Fray Antón de Montesinos: «¿Con qué derecho? ¿Quién te autorizó? ¿Con qué derecho pisaste una tierra que no es tuya? ¿Con qué derecho sigues hoy tratando de tomarla, invadirla, expoliarla y despojar a sus auténticos herederos de ella?» 

Estas preguntas se aplican a ambos invasores, ya que desde este punto de vista son lo mismo. Lo que debemos preguntarnos hoy los dominicanos es si las generaciones presentes tienen el derecho de delegar, resignar o regalar lo que ha costado tanto esfuerzo, sacrificio y renuncia.

En relación con el tema que ha elegido el profesor Silverio para el VI Congreso Dominicano de Filosofía, titulado «Pensar en español: apuesta por la identidad dominicana», debemos reflexionar sobre lo que implica hablar español, hablarlo correctamente, cultivarlo y amar nuestra lengua. Esto significa afirmar nuestra identidad. No es ni inglés, ni creole haitiano, ni francés, ni portugués; el español es una manera de afirmar quiénes somos.

Para concluir y dar paso al diálogo, en el caso de la religiosidad, observamos una paradoja: no hay una ciudad en el país que no esté marcada por el luteranismo, y la que más lo está es Higüey, el santuario de nuestra patrona, la Virgen de la Altagracia. Curiosamente, Higüey es también el lugar donde hay más iglesias evangélicas, muchas de las cuales son financiadas desde el exterior en nombre de la solidaridad entre hermanos. 

No es que tengamos nada en contra de ninguna otra denominación, simplemente estamos haciendo una fenomenología de lo que hay.

Nunca está de más recordar que en el proyecto de Constitución de Duarte se reconoce a la religión católica como la religión del pueblo dominicano, sin desmedro del reconocimiento a la práctica de cualquier otro credo. Esto también aparece en la proclama de Núñez de Cáceres. 

La religión católica es un dato de la realidad. Es la religión que se impuso y contribuyó a dar forma y manera a la identidad de los dominicanos. No podemos pelear con la historia; es un dato de la realidad. 

Si otro estado civilizatorio nos hubiera conquistado, tendríamos otra religión, quizás confucianista, budista, islámica o musulmana. Pero lo que ocurrió es que la potencia que impuso sus invariantes culturales aquí fue una potencia católica y hablaba castellano. Entonces, ¿qué quiere decir esto? Quiere decir que, sin desmedro de otras prácticas doctrinarias, creo que decir hoy «soy cristiano» o «soy católico», «hablo español» y «tengo tales o cuales usos culinarios o étnicos», en sentido general, es una manera de fortalecer la dominicanidad. 

Quienes creen que la dominicanidad no está en peligro necesitan afinar su mirada. 

Muchísimas gracias. 

Dr. José Flete Morillo 

Bien, damos las gracias al Dr. Arvelo. 

Vamos a entrar ahora en la sección de preguntas. 

La primera pregunta es la siguiente:  Según su valoración,  Dr. Arvelo, en el caso de Puerto Rico, ¿qué papel ha jugado la religión católica en la preservación de su identidad, dado que es uno de los países de americalatina de habla hispana que muestra un crecimiento mayoritario en otras religiones no católicas?

Dr. Alejandro Arvelo

Bueno, no conozco en profundidad el caso de Puerto Rico, y debería ser cuidadoso al opinar. Sin embargo, lo que tendríamos que preguntarnos es cómo se ha llevado a cabo el proceso de americanización de Puerto Rico. ¿Cómo se ha tratado de sustituir su lengua, sus costumbres y su religión de partida? 

Hay muchos estudios al respecto que podrían revisarse, especialmente para analizar cómo la dominicanidad, en particular, se enfrenta a situaciones similares. Nuestra cuestión, aunque podemos aprender y conocer de la humanidad y de la historia en general, es bastante concreta: debemos preguntarnos si nuestra nación ha sido o no puesta a prueba, y si se está conculcando la posibilidad de avance hacia un mejor futuro para la República Dominicana.

Dr. José Flete Morillo 

Seguimos con la sección de preguntas, que está muy activa. Incluso en la sala quieren preguntar. 

La siguiente pregunta es de Francisco Brito. 

Profesor Arvelo, ¿en qué medida estar orgulloso de hablar español o ser católico es desprenderse de nuestras raíces autóctonas y acotar nuestra inevitable influencia europea?

Dr. Alejandro Arvelo

Precisamente, comencé con el relato de la Virgen de las Mercedes porque, en ese caso, la Virgen de las Mercedes se puso del lado de uno de los componentes de la dominicanidad. Es decir, en esa ocasión, la Virgen de las Mercedes nos falló porque se alineó con aquellos que la habían traído, no es el caso de la Virgen de la Altagracia, que nos cubre a todos con su manto. 

Si observamos el paño de la Virgen de la Altagracia, tiene los colores de la bandera: azul, blanco y rojo. Y si se dan cuenta, José no es blanco; la que es blanca es la Virgen, y el niño es cobrizo. Esto significa que, en términos raciales, la Virgen de la Altagracia nos representa mejor que la Virgen de las Mercedes, quien en ese caso tomó partido en contra de los aborígenes. 

Todos los dominicanos provenimos de esos tres núcleos étnicos: lo aborigen, lo europeo y lo africano. 

Lo decimos en términos generales, pero cuando hablamos de europeo, nos referimos muy particularmente a España, y cuando hablamos de lo africano, nos referimos a las zonas de donde llegaron los negros esclavizados al país. Al hablar del elemento aborigen, nos referimos a las etnias que habitaban aquí a la llegada de Colón: macorís, caribes y taínos. 

De manera que, los dominicanos no excluimos ni renunciamos a nada de lo nuestro, a nada de lo heredado, a nada de lo que contenemos y nos contiene.

Un saludo para el filósofo Francisco Miguel, nuestro colega. 

Dr. José Flete Morillo 

Bien, la siguiente pregunta viene de Ángel Angomas: «¿La dominicanidad no debe ir evolucionando en cuanto a las iglesias evangélicas, pues son una realidad? Porque las identidades no son cerradas al cambio; las iglesias evangélicas son parte del ser dominicano».

Dr. Alejandro Arvelo 

Estamos hablando del enfoque histórico, no se trata de excluir ni de iniciar ahora una guerra santa contra los evangélicos, sino de analizar los datos de la realidad: cómo se forjó y a qué responde el financiamiento de determinadas denominaciones religiosas, quién lo hace, de dónde vienen y por qué. 

Si yo decidiera montar un grupo religioso, en poco tiempo tendría edificios y vehículos de lujo, como he visto en mi pueblo natal, mientras que desde las iglesias católicas de aquí se enviaba dinero al Vaticano. Las iglesias luteranas desde Estados Unidos reciben cuantiosas sumas de dinero y ayudas. ¿Eso es ingenuo o casual? No lo creo. 

En materia política y geopolítica no hay casualidades ni coincidencias ni azares; todo está pensado. 

Si logramos turbar el universo simbólico de una comunidad, obviamente estamos apostando a perderla en el tiempo, a que pierda su horizonte de ser. 

Ahora, ¿evoluciona la identidad? ¿En qué sentido? ¿Qué significa evolucionar hacia la Agenda 2030? ¿Es evolución lo que acaban de hacer en Francia en los Juegos Olímpicos? ¿Es esa Francia de hoy mejor que la Francia de 1750, de la época de los enciclopedistas, o de 1789? No me parece. Cuando hablamos de evolución en términos humanos, ¿de qué evolución hablamos? La identidad precisamente trata de eso: de lo que permanece y lo que muta. Pero para que un conglomerado permanezca, tiene que tener invariantes básicos.

Entonces, cuando hablamos de que la identidad del dominicano evolucione, ¿hacia qué? ¿Hacia hablar inglés, creole haitiano, ser musulmán, cambiar nuestros hábitos alimenticios, nuestros usos y costumbres? ¿Qué significa evolucionar? ¿Dejar de ser lo que somos? 

Recordemos La paradoja del montón o la paradoja sorites de Zenón sobre los granos de trigo y el montón de trigo. 

Zenón de Elea, conocido por sus paradojas que desafían nuestra intuición, nos ofrece una reflexión sobre la naturaleza de los cambios graduales, usando el ejemplo de los granos de trigo. 

Imaginemos un montón de trigo; uno que indudablemente llamamos ‘montón’. Si quitamos un solo grano, ¿deja de ser un montón? No, sigue siendo un montón. Quitamos otro grano, y otro, hasta que finalmente, lo que tenemos es un puñado insignificante. 

¿En qué momento exacto, entonces, el montón dejó de serlo? La respuesta no es evidente, y ahí radica la paradoja. Esto ilustra cómo los cambios graduales pueden conducir a una transformación que no es reconocible en sus etapas iniciales, pero que, sin embargo, es real y significativa. Aplicado a nuestra discusión sobre la identidad dominicana, nos lleva a cuestionar: ¿Cuántos cambios podemos permitir antes de que dejemos de ser lo que somos? ¿En qué punto, al ir cediendo elementos de nuestra identidad, nos damos cuenta de que hemos dejado de ser un ‘montón’ dominicano para convertirnos en algo irreconocible. 

Dr. Marcos Zabala 

Muchas gracias por la oportunidad, profesor. Escuchando su visión sobre el catolicismo y el rol del mismo en la identidad del dominicano, es importante estudiar la historia. Hace poco, en una investigación documental que estoy realizando, leí sobre la concepción de Juan Bosch para entender la pequeña burguesía en la conformación del Estado moderno dominicano. Decía específicamente que parte de esa primera clase clerical que llegó a las colonias empezó protestando por el trato a los indios, pero luego esa misma clase clerical o pequeña burguesía, como la llama Juan Bosch, se tornó un poco deshumanizante, antipática y alejada de los valores cristianos cuando tuvo que ver con el tema de los esclavos negros africanos que fueron introducidos al país. 

¿Qué opinión le merece esta concepción que nos ofrece Juan Isidro Jiménez Grullón en su obra «La República Dominicana: Una ficción», sobre esta posición que asume de que esa cosmovisión que fue impuesta y que forjó la identidad del dominicano estuvo totalmente apartada de los valores humanos y cristianos?

Dr. Alejandro Arvelo

Bueno, usted me lo pone fácil porque hice mi tesis de grado sobre Jiménez Grullón, y soy un lector de don Juan. Pero creo que lo principal, colega Zabala, es distinguir al actor del cuerpo doctrinal. Sé que mucha gente en la República Dominicana está desencantada hoy de Duarte y de nuestro credo doctrinario religioso mayoritario, por las acciones de algunos de sus representantes. 

Claro que sé que hay sacerdotes violadores y pastores violadores, sacerdotes mentirosos y ladrones, y pastores que también lo son. Pero, ¿qué tiene que ver eso con el credo cristiano católico? ¿Qué tiene que ver con la doctrina? 

Me reclamo cristiano porque me remito a Jesús de Nazaret, así como me remito a Duarte. Eso no tiene nada que ver con las simplificaciones o con la utilización política que mucha gente hace de la imagen de Duarte. Lo que hay que hacer es remitirse a los evangelios: lean los evangelios, lean a Duarte, hagan del ideario de Duarte una bandera y olvídense del uso que se ha hecho de él. Lo mismo vale para aquellos que hoy pretenden deconstruir a Duarte. En Duarte tenemos las claves de lo que se necesita hoy para la regeneración de la república y para la regeneración moral de nuestro país. 

En Jesús también tenemos muchas de las claves. Así que, el Papa puede hacer lo que quiera, y el pastor de la iglesia a la que asisto, y el representante de la sociedad X puede hacer lo que él quiera. No es a ellos a quienes seguimos. 

Jesús no dijo «sigan al pastor de la iglesia Asamblea de Dios de Gaspar Hernández», no, no, no. «Haced imitadores de mí». Tomemos el sermón de la montaña, tomemos las parábolas de Jesús, tomemos los planteamientos de Duarte y ahí tenemos la guía que necesita este país para su regeneración, aplicándola naturalmente de manera creativa a nuestro tiempo y realidad.