1- Pretendemos reformular el problema de la vida cotidiana como punto de partida para un tipo de reflexión filosófica -sobre el hombre y su mundo. Desde un discernimiento muy general, buscamos el sentido del uso de los discursos y de las prácticas que la persona a diario emplea en el trato con su universo finito de valores, objetos y prójimos.

Así, tenemos la idea de que en el tratamiento de esta problemática encontramos un nuevo modo de justificar el quehacer filosófico y también una nueva posición desde donde entenderlo: queremos concebir esta labor desde el trabajo interdisciplinario (1).

De esta manera, sería desatino negar el papel que la filosofía occidental ha tenido en nuestra cultura. La correlación entre la reflexión filosófica y la vida cotidiana que queremos presentar nace del rol pedagógico que ella ha tenido desde los griegos. En efecto, para Platón la filosofía es el puntal primordial de toda formación educativa de los sujetos (2). Ya esta intromisión de parte de la filosofía en la sociedad, impulsada por el espíritu griego, nos permite verla alejada de todas las vicisitudes humanas. La filosofía, bajo este punto de vista, no ejerce ninguna clase de imposición o violencia de carácter conceptual a la cotidianidad para querer con esto cambiar los modos de vida que se dan en el mundo social. Lo que sí puede hacer la filosofía con relación a nuestra vida cotidiana es cuestionar el punto de vista desde donde miramos al mundo, al otro y a sí mismo. De ahí que la necesidad de una nueva reflexión filosófica hoy, radique en el hecho de pensar el ser de la cotidianidad tal y como esta se da en nuestra situación reinante. Se trata, por lo tanto, de replantear o reorientar la reflexión filosófica teniendo en cuenta los presupuestos y condiciones de la circunstancia actual (3).

En esta meditación filosófica de la vida cotidiana nos tropezamos con la condición humana, Digamos que, en esencia, hablar de la cotidianidad es andar en la condición humana para pensarla. Este andar, en sentido filosófico, se convierte en un interrogar por el diario vivir del hombre. La interrogación, la pregunta es el camino (método) que emplea la filosofía para dar a entender el sentido de las cosas. Toda pregunta filosófica es el camino hacia la comprensión del mundo. Y no olvidemos que cada reflexión filosófica más dentro de unas experiencias determine que son las que empujan a la formulación de preguntas. Estas preguntas se convierten en fundamentales aquellas que son imposibles de eludir en el transcurso de la vida. También todo preguntar filosófico está supeditado a un contexto, porque ninguna interrogante se realiza en el vacío, en nuestro caso, el mundo posindustrial es el terreno donde la cotidianidad hoy en día se define. Y es este terreno y no otro que nos invita a preguntar filosóficamente por nosotros mismos Este es el contexto que hay que tomar en cuenta a la hora de llevar a cabo una interpretación de la cotidianidad. Porque pensar la cotidianidad es sinónimo de pensar nuestro entorno. Pensar nuestra historia común y particular con relación a una totalidad de sentido, delineada por la tradición occidental.

Pero para que la reflexión filosófica pueda «mirar con gusto» al ser de la cotidianidad tiene que edificarse otra actitud: apelamos a una forma de pensar la realidad humana capaz de establecer cierta conceptualización sobre lo banal, lo común, lo que no tiene utilidad para la ciencia y la técnica. Porque, precisamente, lo que busca dicha actitud es esclarecer o divulgar esos aspectos de la vida en el espacio en que convive.

En la interpretación del ser de la cotidianidad se encuentra el punto de partida para abrimos a una idea plural de la razón. De las racionalidades distintas alojadas en el mismo mundo en que todos participamos. De esta forma, el análisis filosófico de la cotidianidad vuelve a redescubrir la estructura de las moralidades, de los profesores disímiles y de las representaciones sobre el mundo. Se trata, por lo tanto, de aprender a filosofar en diálogo con las culturas que gravitan en cada punto de la sociedad.

2- «El hombre es una criatura de meditación y reflexión. Reflexiona, pensando sobre lo que es. Pensando sobre lo que es, reflexiona en sí y sobre sí mismo. Y sólo en tanto que es el que se piensa y medita así mismo puede ser el que es en realidad: un hombre» (4).

Estas palabras de Volkmann-Schulck nos llevan a justificar una doble tarea del saber filosófico: En primer lugar, la palabra del filósofo es invitación a pensar. Toda reflexión filosófica es una invitación a la meditación. En segundo lugar, en la meditación se tiene que realizar la crítica. Estamos conscientes de que no todos los seres humanos son capaces de mirarse a sí mismos, de contemplar sus acciones y razones. De ahí la necesidad de la filosofía. La filosofía ofrece al hombre motivos para la meditación, reconociendo que este es una criatura de reflexión, como dice el texto de Volkmann. Esto lo sabían ya los griegos. Platón mucho mejor: ante la amenaza de dejarnos arrastrar por nuestra inmediatez (5) y por nuestras ilusiones en los demás: el poder del otro, la confianza en el prójimo, los políticos, la familia, los amigos, es que se hace necesario la reflexión crítica. Es esta actitud, la crítica, que ha de tomar la filosofía con respecto a la vida cotidiana.

¿Pero qué significa «actitud crítica» sino la puesta en crisis de nuestras prácticas y discursos, de nuestras ideas generales sobre el mundo? La filosofía arrastra consigo el germen de la sospecha.

También «actitud crítica» significa retirarse para pensar en aquello que me conforma: aquello que da «forma» a mí existir. Significa distanciarse (6) del murmullo para luego volver a él y desatar los obstáculos que imposibilitan la comprensión y la comunicación. Puesto que el murmullo, aquel simple comentario superfluo, tiende a convertir en algo indefinido la acción humana, precisamente porque en este murmullo hay siempre una carencia de juicios y argumentaciones que fundamentan las explicaciones. Es aquí, en mi opinión, donde se halla el juego liberador de la filosofía respecto al hombre. Juego que consiste siempre en una hermeneusis del sentido (7), en una interpretación que busca abrir lo cosificado y lo caduco para dar paso a una interpretación de los asuntos de la vida humana. Por eso, la filosofía es una reflexión crítica, en tanto ella no ejerce ninguna apología de las verdades y opiniones establecidas en la cotidianidad y otros campos del saber humano.

Recalcamos: hablar de la cotidianidad es hablar de la condición humana. Porque lo propio de la condición humana es su ser cotidiano: lo que se vive diario, lo periódico, habitual, lo usual. Lo acostumbrado, lo frecuente, lo seguido, lo fijo y lo fijo sugiere un orden—, lo rutinario, lo corriente, lo ordinario, lo vulgar-pero no entendido aquí en sentido peyorativo o negativo— Nosotros llamamos «lo cotidiano» a aquello que siempre pasa de una misma manera y forma. Es, por lo tanto, lo más común. Aquello también que más conocemos. Y, en definitiva, lo que está develado siempre a la comprensión humana.

Por otra parte, entender nuestra cotidianidad implica pensarnos junto a otros. La cual es un indicador de que existe cierta necesidad de remitirnos siempre a los otros, a su discurso o práctica para interpretarnos, ya que ellos también me pertenecen. Su lugar es también el mío, porque ellos pueden modificar el curso de mi historia individual, porque, además, el lugar en donde me encuentro real y efectivamente es un lugar compartido.

Aunque «el hombre es el ser que vive en una pericia del mundo, en un conocimiento práctico del mundo en torno» (Volkmann-Shluck) no significa que deba de abandonarse «a sí mismo», sino que, en todo momento, tiene que reinventarse. Donde él se ubica, «allí» es donde también crecen sus posibilidades. El lugar donde yo me encuentro es también el espacio que define mi ser. 

Pero donde me encuentro hubo un antes, una historia. Esta, de una manera muy soterrada, va marcando y tejiendo la necesidad de dirigirme hacia ese, aquel o este «sitio». Es decir, surgió en mí la idea de orientación bordada por una historia previa. De ahí que podamos bien concluir que el ser humano posee una particularidad muy esencial: el carácter de direccionalidad. Esto es, la peculiaridad de «dirigirse-hacia-al-gún-lugar». Elegir un lugar en el mundo es dirigirse con cierto conocimiento o nociones hacia una esfera de valores determinada. Como consecuencia, la vida humana encuentra un aposentamiento, es decir, un lugar que albergue o aloje a su existencia. Nuestra existencia es una existencia tendiente siempre al domicilio (8). 

Del domicilio cotidiano recuperamos cuatro preguntas fundamentales, y que creemos son partes de la propia existencia:

1- ¿Quién soy yo con relación al tú o al otro?

2- ¿Dónde me encuentro y en qué consiste el sentido de este, mi lugar?

3- ¿Cuáles son las posibilidades en dónde me encuentro?

4- ¿Hasta qué punto las interpretaciones de mi ambiente, de mi tradición cultural me sitúan en algún punto concreto y moldean la forma de mi subjetividad?

El intento de responder a estas primordiales interpelaciones nos lleva hacia una filosofía de la estructura de la cotidianidad, recogiendo también las siguientes cuestiones: En la primera pregunta se abre el problema de la comunicación y la existencia humana; de la alteridad y la identidad del sujeto. La segunda nos lleva a una reflexión sobre la «situación» histórica y social del hombre. En esta preocupación está implicado el problema del sentido y en específico, el sentido de la acción individual y grupal. El tercer asunto nos invita a pensar la finitud, el ser humano es aquella criatura que se define por los límites que les impone su mundo, el lenguaje y lo biológico. Es, por lo tanto, un ser que tiene un acabamiento.

En este vencimiento se logra comprender la categoría de la contingencia o eventualidad de la existencia, de su posibilidad y de la muerte.

Por último, la cuarta pregunta que aquí replanteamos desencadena la cuestión de la interpretación, del discurso con relación a un conjunto de prácticas sociales bien delimitadas. De la validez de la tradición, de los relatos y de la historia. Todos ellos principales motores de la configuración de la subjetividad del mismo ser del hombre.

3- La vida cotidiana se hunde en el «olvido» de su propio sentido. Dicho olvido (que es un descuido por parte de la conciencia enajenada) es un hábito: es un «comportamiento acostumbrado». Justificadamente, una de las misiones de la filosofía es «revelar» el sentido del mundo, hacer patente la constitución del sentido dentro del cual nos mantenemos.

La cotidianidad se caracteriza porque se entrega al objeto o a «cualquier cosa». El mundo, según la cotidianidad, es la suma de «cosas» que son empleadas a diario. Se le hace difícil, por lo tanto, reconocer la totalidad de los valores que constituyen el ámbito moral (ethos) de la propia existencia.

La entrega totalmente confiada al mundo por parte de la vida cotidiana se vierte en la asunción de una simple parcialidad del sentido. Simplemente, nos gusta asumir lo «normal» y nos ofrecemos a esta forma de ser porque estamos más seguros.

Pero hay que mostrar resistencia al espíritu de complacencia. Y la filosofía parece ser el mejor ejercicio de esta resistencia.

NOTAS

1-Esto sería lo mismo que presentar la filosofía en colaboración con otras maneras de saber. O bien, mostrar la reflexión filosófica adyacente a otros tipos de conocimientos.

2-En el libro la República de Platón, esta tesis aparece de manera muy explícita, la paideía griega (el sistema de instrucción o de enseñanza desde temprana edad) ha de contener la filosofía porque ella es un vehículo para la crítica a lo social y a lo establecido.

3-Cfr. Staudinger h/behler w Preguntas básicas de la reflexión humana, Herder Barcelona, 1987 Pp. 10

4-Volkmann-Schluck,  K-H Introducción al pensamiento filosófico. Gredos, Madrid, 1967. Pp.21,

5-En la inmediatez como forma de vivir, el hombre absorbe su mundo de manera acrítica, y es incapaz de reconocer los distintos significados que se cimientan a su alrededor.

6-Toda crítica por principio y definición supone un distanciamiento de aquello que se quiere comprender. En esta distancia se gana un nuevo horizonte de sentido que posibilita la interpretación y la orientación práctica sobre el mundo y los demás.

7-Por «hermeneusis del sentido entendemos, hasta ahora, al proceso interpretativo por el cual el mundo y los asuntos humanos entran en la comprensión. 

Este proceso desvela significados y prepara conceptos adecuados para el entendimiento de los problemas fundamentales que siempre se ha planteado la existencia humana.

8- El filósofo Humberto Giannini ha recalcado con ahínco la importancia de la categoría de «domicilio» para el conocimiento de la estructura de la cotidianidad, ya que en aquella el sujeto social se abre al entendimiento de sus «afanes diarios». Al respecto H. Giannini nos dice: «En resumen: es el contorno inmediato y familiar del domicilio el que me permite reintegrarme a la realidad, reencontrarla y contar con ella cada día. Y nos estamos preguntando si éste no es el modo, y fundamental, de reencontrarme conmigo mismo» (Pp. 47) Giannini, Humberto: Hacia una arqueología de la experiencia. En: Revista de Filosofía, Chile, N 23-24 (1986), Pp. 41-59. Por otra parte, pensamos que una filosofía de la cotidianidad ha de revelar la experiencia vital de los hombres de hoy. Ya que no en todas las épocas se vive de un mismo modo. El modo de ser del hombre siempre es un devenir constante.