Filosofando contra vientos y marcas

Joseph Mendoza* 

El escritor, para llevar a cabo su labor creativa, necesita ineluctablemente, aislarse de su otro tú (es decir, de sus semejantes), respirar la frescura del silencio y sumergirse en un estado de profunda soledad. Ello así, porque el oficio de escritor, por su naturaleza, es de carácter solitario. Esto lo confirma Gabriel García Márquez cuando dice: «Creo, en realidad, que en el trabajo literario uno siempre está solo. Como un náufrago en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo».

En la soledad el escritor es dueño de sí, dialoga consigo mismo; se constituye en su propio juez al juzgar permanentemente los contenidos de la conciencia a través de la autoconciencia (es decir, mediante la conciencia de la conciencia, que es más propiamente la conciencia pensándose a sí misma para descifrar la lógica legitimadora de su existencia-sólo en «sí» y por «si»-), y vislumbra, con la luz de la razón, la esencia del inconsciente. Más aún, también siente, involuntariamente, la desolación de instantes fugaces de agonía, se angustia, desespera y aprehende lógicamente la dialéctica de la relación intrínseca entre el «sí» del espíritu y el mundo concreto del cual abstrae las visiones que les sirven de fuentes de inspiración y creación -; forja un concepto definido de la razón de la existencia, desvela en espejo de su imaginación mediante constante relámpago de lucidez mental, los, enigmas más recónditos e intrincados de las pasiones del alma. (Por ello es psicólogo de sí y de los demás). Además, se purifica, desarrolla la sensibilidad, echa al olvido los temores, las dudas que enceguecen el ojo escrutador del entendimiento y se somete a la crítica más incisiva con el propósito de perfeccionarse cada vez más. De ahí, que él sea sujeto de sí reflexionando sobre su sentido interior. Los resultados de esta tormentosa actividad intelectiva cobran vida en el sistema de signos lingüísticos, el cual refleja sus emociones, agudeza de percepción, así como la ideología que afianza su modo particular de interpretar la realidad objetiva.

La gran poetisa chilena Gabriela Mistral, con sus ansias frustradas de maternidad, el talento de un amor desdichado y su desolación íntima, sintió en carne viva los embates zahirientes de la soledad. Ella misma lo confirma en carta a unos de sus biógrafos: «Entre la avalancha de tributos que usted me regala, en esa terrible cadena de virtudes, no reconozco sino una pieza verídica: la energía para la formación solitaria del carácter y de la cultura. He vivido tremendamente sola, de infancia a madurez, en una soledad que ha sabido darme vértigos».

Edgar Allan Poe, fustigado por el dolor de la miseria, el desprecio y los rencores de sus enemigos, tuvo que soportar los rigores de una espantosa soledad. La misma se debió, en gran medida, a su incomparable ingenio, Baudelaire manifiesta: «Poe, deslumbrado con su medida, a su joven e informe país -los Estados Unidos-, inquietando con sus costumbres a hombres que se creían sus iguales, se convierte fatalmente en uno de los escritores más desgraciados. Los rencores se amontonaron, la soledad se hizo en torno de él». 

En la soledad, Poe sufre la nostálgica y desgarrante experiencia de las heridas emocionales, siente una terrible sensación de vacío espiritual y en su subconsciente se agita la furia sórdida del dolor inmisericorde. Y lo peor: su pensamiento, sin perder la lucidez, danzó la melodía fúnebre de los alaridos quejumbrosos de la nada.

El poeta Abel Fernández Mejía, fallecido hace poco tiempo, nos legó un interesante poema: «El solitario», el cual es un claro testimonio de su soledad. Obsérvese: «Oídme todos Filosofando contra vientos y mareas

Porqué yo soy el solitario pero digo que nunca he buscado la soledad: está conmigo, sí, esta bella e inmensa soledad mia.

Esta mia soledad, tan Soledad por mia».

Ahora bien, cada escritor vive y concibe la soledad de manera muy particular. Así, el filósofo racionalista René Descartes en su cogito ergo sum – pienso, luego existo – revela que para mantener conciencia de la existencia necesita pensar, ensimismarse en el sí de su razón y dejar que el pensamiento Edgal Allan Poe naufragó en las espumas doradas del océano profundo de la soledad.

Los nihilistas, por su parte. consideran la soledad como una honda sensación de vacío espiritual. Martín Heidegger uno de los máximos representantes de esa corriente de pensamiento, dice que todo lo existente va camino a la nada, porque el ser degenera en el no ser, y ello es la causa del gran vacío que sentimos en nuestro interior. Esta consideración es fruto de que dicho pensador vivió la desgarrante experiencia de sentirse solo en el mundo.

Federico Nietzsche, otro notable nihilista sostiene que cada ser humano está solo  padeciendo el sufrimiento de la soledad, Este concepto, un tanto exagerado, Será  producto de la tortuosa y trágica soledad que le tocó padecer a este filósofo? Sobre el Estephan Swig expresa: El aislamiento rotundo, es esta siempre consigo mismo es toda la profundidad y toda la tragedia de la existencia de Nietzsche, el cual en cada uno de los actos-rápidos como un alud-está como un luchador solitario bajo el firmamento tormentoso de su destino; nadie hay en su lado; nadie frente a él; ninguna mujer presente en ternura, suaviza su tensión atmosférica».

De acuerdo al solipsismo, la soledad implica una negación total de la realidad objetiva. Para el escritor inglés John Berkeley, considerado el padre de esta concepción filosófica, el mundo es una ilusión de la conciencia, porque sólo existe el sujeto cognoscente con su universo interno. Este planteamiento, sin duda, es una clara manifestación de subjetivismo absoluto y de soledad extrema.

  1. Garcia Marquez

Para nuestro poeta Franklin Mieses Burgos la soledad es agonía ligada al acto de pensar. Él mismo lo afirma: «Todo pensamiento es una soledad y un aislamiento; toda soledad es una renunciación y una constante agonía». Más aún, considera que la soledad implica dos condiciones: la de ser libre y prisionero a la vez. Esto lo demuestra al expresar: «Sólo se está libre cuando se está solo. Y también somos únicamente prisioneros de la soledad, de esa terrible soledad en que lo oculto de la sangre bate, de nuestro más íntimo, sus olas..»

El renombrado escritor español, Camilo José Cela -premio Nobel de literatura- acepta, podría decirse, con absoluta sinceridad la dura experiencia de vivir sumergido en un estado de Federico Nietzsche. otro notable nihilista, sostiene que cada ser humano está solo padeciendo el sufrimiento de la soledad. Este concepto, un tanto exagerado, ¿sera producto de la tortuosa y trágica soledad que le tocó padecer a ese filósofo? Sobre él Estefan Swig expresa: «El aislamiento rotundo, ese estar siempre consigo mismo, es toda la soledad. Ello no es casual: se debe a que él sabe, por la característica de su oficio que está destinado a soportar resignadamente el sosiego y el dolor que produce el abismo de la soledad.

Por lo señalado, Cela expresa lo siguiente acerca de la soledad: «Me reconforta la idea de que no he buscado, sino encontrado, la soledad y desde ella pienso, trabajo y vivo, escribo y hablo, creo que con sosiego y una resignación casi infinita me acompaña siempre en mi soledad el supuesto de Picasso, mi también viejo amigo y maestro, de que sin una gran soledad no puede hacerse una obra duradera. Porque voy por la vida disfrazado de beligerante, puedo hablar de la soledad sin empacho e incluso con cierta agradecida y dolorosa ilusión».

Así que la soledad es una condición inherente al oficio de escribir, y por más que lo desee, ningún escritor puede renunciar a ella; tal pretensión sería una utopía. Por ello, sólo le queda una opción: vivirla, reflexionar para conocerla cada vez más y así dominarla y evitar que se convierta en enfermedad, ya que ello es trágico. La razón: la soledad enfermiza melancolía el alma, quiebra el espíritu, mutila la voluntad de vivir; sumerge al sujeto en la telaraña de la ideología del pesimismo y lo convierte en algo vacío despojado de su identidad, enajenado embriagado, podría decirse, por el aroma fatídico de los presagios inciertos y la incertidumbre perpetua.