Por: ANTONIO FERNÁNDEZ SPENCER,

Profesor en la Universidad de Santo Domingo

¿Qué es la filosofía?

Ante todo problema de conocimiento se nos presenta la eterna pregunta: ¿Qué es la filosofía? Y cada respuesta dependerá del talante espiritual del individuo que filosofa. Se llega a saber filosofía, filosofando y no, como pretenden algunos, ofreciendo cualquiera respuesta a esta pregunta. Las definiciones de la filosofía que han sido formuladas son tan diversas que nos vemos muchas veces obligados a pensar que su esencia es la diversidad, o que no existe la filosofía sino que caben tantas filosofías como individuos filosofan. Pensamos, en última instancia, que de la estructura ontológica de cada hombre dependerá la filosofía que sustente.

¿Quién lee a un filósofo con ánimo de hallar una solución? (1). Quien tal hace no presiente ni remota.

(1) Hoy rechazo enérgicamente que la filosofía sea un mero ejercicio dialéctico y que su campo sólo se adscriba a la problematicidad. Podrá acusárseme de científico porque intento alcanzar soluciones. Esto no me asusta en lo más mínimo. Hace mucho que no pienso que la filosofía y la ciencia sean fuerzas contrarias y enemigas. El conocimiento científico, el filosófico y el poético constituyen una escala en ascenso con la cual el hombre procura conquistar la realidad.

Sólo Sócrates es el representante de la filosofía pura. No sustenta ninguna. Su pensamiento va señalando el camino de la filosofía. Este camino no conduce a resultados radicales. Después de Sócrates -ya con el mismo Platón- la filosofía comienza a dejar de ser contemplación de vastos panoramas. En el amanecer de su pensamiento, Platón entendió y formuló lo que es la filosofía. La filosofía ha presentado en el desarrollo de su historia tantas respuestas evidentes o con ribetes de evidencia como filósofos existen, y cada una de esas respuestas es el contrapolo de otra. La esencia de la filosofía parece ser, pues, la antinómica, como sugiere en su filosofía del conocimiento el filósofo Andrés Avelino.

Ahora bien, cuando preguntamos qué es la filosofía, no indagamos de qué se ocupa, qué persigue o inventa la filosofía; nuestra pregunta se refiere a su esencia, no a su quehacer.

Pero tampoco esa pregunta contiene la de qué deba ser la filosofía, qué es el conocimiento filosófico. Todas esas preguntas encuentran su respuesta en el propio discurrir filosófico. El modo, por ejemplo, cómo Heidegger imagina y realiza su filosofía, es el que corresponde a la expresión espiritual de Heidegger. Cada filosofía auténtica es, entonces, una forma personal de concebir la filosofía.

Sería un contrasentido, en el cual suelen incurrir frecuentemente los profesores de filosofía, intentar establecer qué es filosofía antes de haber filosofado. Toda filosofía es la consecuencia de un filosofar, esto es, del camino emprendido por un filósofo. Yo entrego mi filosofar, parece decir el genuino filósofo, ustedes me devolverán mi filosofía.

Poesía y Filosofía

Ninguna filosofía está acabada en el filósofo que la ha concebido. Toda filosofía necesita el concurso del lector. Este es quien la completa, esto es, quien la acepta o no con validez filosófica.

Está dicho en la teoría de las ideas, con la cual se trata de explicar el sentido último de toda realidad. La aventura filosófica será determinada, desde ahí, por la Dialéctica. El puro filosofar, esto es, el heroico teorizar, cede su puesto a la Filosofía: a una actividad investigadora que quiere ser, ante todo, solución de problemas. Creo, pues, que los estudios filosóficos pueden serlo todo menos vacíos de finalidad (1958).

Ahora bien, la filosofía es un bello juego del espíritu (2) a cuyas leyes se someten algunos hombres por puro goce intelectual. La filosofía por algo ha sido reconocida, no hay que olvidarlo, como hermana gemela de la poesía.

No concibo una filosofía que no confunda, aunque sea en parte, su realidad con la de la poesía. ¿No son acaso poetas, en su mayoría, los filósofos presocráticos? Cuando la filosofía pierde su adustez de cápsula contentiva de conceptos, se resuelve en poesía. Cuando la poesía aprisiona el ser del complejo ontológico, como sucede en la obra de todo poeta verdadero, ha realizado pura filosofía. Las fronteras de la poesía y de la filosofía no están claramente delimitadas. Poesía y filosofía aparecen constantemente mezcladas en el devenir histórico de la humanidad. Poetas y filósofos viven, en lo espiritual, más unidos de lo que generalmente ellos confiesan.

El poeta es un intérprete intuitivo del mundo. El filósofo se vale de un vasto arsenal de pensamientos (que en su origen fueron puras intuiciones) para explicarnos el mundo.

El poeta es un pensador que sueña sus pensamientos. Su concepción del universo la dona en forma de sueños. Su ensueño del universo lo ofrece como conquista de la razón. Hay poetas del conocimiento como existen filósofos de la poesía. ¿No es Platón un filósofo de la poesía más bien que un filósofo del conocimiento? Dante, en cambio, nos da en la Comedia un conocimiento filosófico de la vida medioeval.  Lucrecio, en su De natura rerum, ¿no es el profundo conocedor de la naturaleza? En los pensamientos de Lucrecio la naturaleza canta traspasada por una clara precisión lógica. Pero esta lógica conserva el suficiente grado de gravidez intuitiva. 

(2) Al reconocer a la filosofía como un juego, no quiero decir que sea frívola y sin importancia. La significación exacta del homo ludens y, por ello, del juego, ha sido analizada y fijada desde Ortega hasta Huizinga. También existe el magnífico estudio de Buytendinjk acerca de la psicología del juego en el hombre y en el animal.

La filosofía y la poesía como conocimiento de lo total

Los poetas y los filósofos coinciden muchas veces porque se proponen conocer la totalidad. Son, en fin, dos enamorados de la unidad. En el fondo de sus obras late una profunda nostalgia del ser.

Sin embargo, se diferencian en las actitudes que adoptan frente al ser. El poeta, como intuitivo profundo que es, nos muestra al ser sin discusión. El ser para él es evidente de toda evidencia. El filósofo, que en lo íntimo de su espíritu cree de modo dogmático en el ser, duda, en cambio, de los pensamientos que sustenta acerca del ser (3).

Toda poesía es entregada por el poeta como afirmación. El poeta no duda de su poesía, no duda de sus concepciones acerca del ser. El filósofo sí duda de sus conocimientos del ser. Permanece de modo agónico en los umbrales del ser. El poeta agoniza habiendo cruzado esos umbrales.

En su búsqueda del conocimiento absoluto, a pesar de Descartes que hizo un falso alarde de dejar lisa la tabla de la filosofía, el filósofo parte de los conocimientos anteriores. Aclaremos: los sueños conocidos por los otros filósofos le impulsan a buscar un conocimiento absoluto (4). El poeta, en cambio, concede su propia prioridad del ser. 

(3) Es probable que el poeta dude, en el fondo, del ser. Pero no duda de los enunciados que acerca del ser expresa. Cuando un poeta dice «labios de rosas», no hace de esta una realidad, y cuando enuncia: «Nuestras vidas son los ríos», no se detiene a pensar si es cierta o no la realidad que canta. Al enunciarla, le otorga ser.

(4) En los veinte y cinco siglos en que la filosofía se ha venido haciendo no hay ninguna filosofía definitivamente hecha para todos. Cada hombre está obligado a hacerse la suya.

Si la filosofía que se sustenta no tiene interés, el hombre que anhela comprender se detiene un momento a escucharla e inmediatamente prosigue su camino.

Si lo que se dice en la plaza pública del pensamiento sólo se refiere a sucesos vulgares, nuestra curiosidad variará de rumbo y buscará un hombre que tenga algo profundo que decir. Cuando una persona tiene que indagar en el primer día del conocimiento, está siempre a la primera hora de Dios. La filosofía, sin embargo, no puede desprenderse de la historia. Toda filosofía es, en lo íntimo, como ya pensó Hegel (5), necesariamente historia de la filosofía. La poesía modifica el sentido histórico heredado, pero no parte, de modo tan radical y profundo como la filosofía, del pretérito, del cual nacen sus mejores formas expresivas, en significativos momentos de la historia de la cultura.

El filósofo tiende a lo sistemático; la poesía es asistemática. El poeta todo lo sueña de nuevo, más bien, se libera de los sueños de los otros poetas. El filósofo, aunque lo desee, no puede construir su filosofía sin el conocimiento de los principales sistemas anteriores, sin sus fundamentales sueños.

Es indudable que el conocimiento del poeta es un conocimiento directo de las cosas. Es un conocimiento sin discusión. Cuando se discuten las evidencias de una poesía, se las convierte en filosofía. El poeta ofrece sus verdades. Si los demás las niegan, él las sigue sustentando sin inmutarse. La esencia del filosofar es la duda. Porque el hombre duda, filósofa. En cambio, la esencia del poetizar es la mostración mejor, la iluminación de las esencias de los objetos y, en última instancia, del ser en su totalidad.

Existen, pues, en la vida del espíritu, dos modos de conocimiento de la totalidad o que aspiran a aprehender lo total: el conocimiento poético y el conocimiento filosófico. El conocimiento científico es un conocimiento de generalidades.

Ciudad Trujillo, 1945.

En la vida del espíritu, la hondura del ser despierta una atención inagotable en nosotros, nos sorprende y deleita porque en sus palabras oímos lo humano concreto elevarse hacia la plenitud de lo universal. Hay hombres que se detienen a escuchar las voces de los ecos y otros que quieren, ante todo, ver surgir los pensamientos de su propia fuente. Estos hombres son los grandes filósofos y los grandes poetas. Los místicos sólo nos dejan quedamente un contemplativo callar ante Dios: son los creadores del silencio cargado de promesas eternas.

(5) Cf. Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie.