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Entrevista al profesor José Luís Marmolejos Padilla        Ver biografia 

Nos encontramos en la novia del Atlántico, Puerto Plata, el director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Eulogio Silverio, ha querido venir hasta la perla del norte para entrevistar al profesor José Luís Marmolejos Padilla.

El profesor Marmolejos Padilla estudió filosofía en el Seminario Santo Tomás de Aquino y en la entonces Universidad Católica Madre y Maestra, hoy Pontificia, y tiene una trayectoria dilatada como docente.

Él nos ha comentado que prefiere la enseñanza de los cursos elementales de filosofía, por lo que de inmediato me siento tentado a preguntarle por qué, teniendo tan buena formación, pero lo correcto es que comencemos este Archivo de la Voz de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo por el principio: ¿Quién es José Luís Marmolejos Padilla? ¿El niño, el joven, el profesional, el académico? ¿Cómo se ve a sí mismo? Este es un ejercicio muy típico de los filósofos: la mirada sobre sí mismos.

Sí, bueno, en primer lugar, quisiera ofrecer una salutación a usted, estimado Alejandro Arvelo, como le dije al principio, la fama lo precede. Es un honor tener este diálogo con Silverio, nuestro director. José Luis Marmolejos Padilla, un ser situado en aquel momento en Puerto Plata, nací y mi vida se ha desarrollado aquí la mayoría de los años. Soy de un barrio, que le dicen Los Cocos, hoy queremos que lo conozcan como el ensanche Miramar, en Puerto Plata. Un sector de clase pobre. Ahí me crié; mis padres fueron José Marmolejos, sacristán; y mi madre, ama de casa.

Me formé en el ensanche Miramar, rodeado de la vida de la iglesia, siendo mi padre sacristán, me tocaba ayudar de monaguillo casi de forma compulsiva. Yo me negaba, la verdad, y mi madre también se encargaba de arreglar la iglesia. Ahí crecí, rodeado de sacerdotes y recibiendo influencias, también, de manera directa, del mundo de los sacerdotes y de las religiosas.

Concomitantemente a eso, en mi niñez fui catequista, guía de jóvenes y viví una experiencia muy significativa para mi vida. Fui guía de patrulla, jefe de tropa y miembro del club que había por acá, llamado Perpetuo Socorro, el club de voleibol. Si alguien ve este diálogo desde Puerto Plata, entenderá lo que estoy diciendo.

Participaba activamente en esos grupos deportivos y, sobre todo, en la parte de la iglesia, que era mi fuerte, donde me desarrollé plenamente y donde recibí la motivación de los sacerdotes. La formación recibida también allí la hice estudiando en la escuela Antera Mota, en algunos grados del nivel primario y, en el desaparecido colegio, Hilda Basten. Luego pasé al plan reforma y después al cuarto año de bachillerato en el Seminario Menor San Pío X, en Santiago. Luego pasé a un año de prefilosofía que debía inaugurar ese curso, en la República Dominicana, lejos de la gente.

Regresé a Puerto Plata después de culminar mis estudios de filosofía en el Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino. Comencé en 1987 y, tras cuatro años de estudios, finalicé en 1991. Al volver al pueblo, como diría René del Risco, volví también al barrio, a enfrentar la vida con una licenciatura en filosofía, pero con pocas expectativas sobre qué camino seguir.

Afortunadamente, gracias a una religiosa y a mi madre, que estaban decididas a que no desperdiciara lo logrado, conseguí empleo en un colegio donde comencé a trabajar como maestro. Aunque pareciera que el azar me guiaba, siempre tuve la inclinación de trabajar con personas, especialmente en el diálogo y la formación de jóvenes y en la charla en las comunidades.

En ese colegio, donde la educación marcó profundamente mi labor como profesor de filosofía, el currículum incluía un semestre de psicología y otro de filosofía, además de religión, la asignatura que también impartía. Paralelamente, comencé a trabajar en el Ministerio de Educación en el área de Lengua española y formación humana en un liceo de aquí, y en el Colegio San José, dirigido por las religiosas Sanchinas. Estuve cerca de 20 años desarrollándome como técnico docente del Ministerio de Educación, función que realizo paralelamente con mi labor docente en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Actualmente, sigo trabajando en la UASD y en el Ministerio de Educación, en la coordinación de la Regional de Educación 11, en la ciudad de Puerto Plata, y estudiando en este proceso inacabable.

Durante los años de estudios primarios, secundarios y universitarios, he tenido experiencias significativas. Por ejemplo, al recordar mi infancia, reflexiono sobre algo que no había considerado antes: el hecho de que me hicieran repetir primero. Fue porque me inscribieron a mitad de año, era algo común en ese entonces, pero dejó una huella en mí, impulsándome a promover que otros no pasen por lo mismo, aunque lleguen tarde o se pueda tener una impresión diferente de ellos. Esta experiencia me ha llevado a luchar para que los niños y jóvenes alcancen la escolaridad adecuada, socializando entre los padres la importancia de ponerlos en la escuela a tiempo, una de nuestras luchas constantes tanto en la universidad como en otros ámbitos, para asegurar que completen su educación.

¿Algún profesor que dejara alguna huella o que usted sienta que ejerciera alguna influencia para llegar a ser el José Luis Marmolejos Padilla que tenemos enfrente hoy?

Sí, permítame mencionar dos. Había una profesora en primero, Nereida Debier, que desempeñaba su labor con amor, compasión y ternura hacia nosotros. Ya en la secundaria, también en Puerto Plata, y espero que, si un día logra ver esto, yo pueda enviárselo o que alguien me lo dé para hacérselo llegar, el profesor Leuy Santana, de literatura. La rigurosidad que empleaba para que uno pudiera estudiar y leer, el método que utilizaba para evaluar si uno había hecho la lectura de manera comprensiva. Eso se me ha quedado toda la vida. He cargado con ese estilo, la seriedad y la reciedumbre con los procesos académicos. Fue el primer profesor con quien leí un libro en serio, ¨La Araucana¨, de Alonso de Ercilla y Zúñiga; lo recuerdo hasta hoy. Y la paradoja es que lo leí y saqué 70, pero estaba contento porque en verdad lo leí. Desde entonces, mi quehacer de motivar a la lectura y comprobar si los estudiantes han leído ha sido parte de mi preocupación. Y ellos dos, creo, que han sido una gran influencia.

¿Bastó ¨La Araucana¨ para que la lectura prendiera en usted o hubo otros factores en el camino, otros libros, otros más?

Sí, porque de ahí entonces se me prendió la chispa y empecé a leer mucho la Biblia y otros libros. Claro, mi visión ha variado un poco de allá para acá. Después de leer la Biblia, he leído de todo, usted sabrá, verdad, hasta los libros prohibidos que había en el seminario en aquella época, también los leí. Me hice fan de Gabriel García Márquez durante un tiempo. Por otro lado, me fui a leer literatura erótica, como ¨El amante secreto de Lady Chatterley¨. Y esa literatura propia de la juventud que me gustaba, libros históricos. También, fui por ahí leyendo los clásicos. Y nada, me fui forjando, en esos tiempos en que no tenía más intereses, porque el seminario permite estar completamente dedicado a la lectura, cosas que después que uno empieza a trabajar, como que descuida por el afán de los horarios, y ahora cuesta sentarse y durar tres o cuatro meses dando lectura a cualquier libro que sea por placer, verdad, salvo los funcionales y que necesitamos de un pronto.

¿Algún autor o algún libro que usted recomendaría a un joven que no tenga pasión por la lectura y que quisiera desarrollar el hábito de leer?

Bueno, eh, en ese plano, como varían los intereses hoy en día de los jóvenes y hay tantos autores ahora que ofertan la felicidad, la superación personal, yo diría que a los jóvenes hay que recomendarles volver a la tradición. Hay que ir nuevamente a la tradición y si es literatura dominicana mejor: leer a Bosch, en los cuentos, para comenzar.  Creo que sería interesante para cultivar en ellos la lectura y la conciencia social, la transformación que debemos hacer y estar situado en el entorno donde vemos esa realidad de pobreza, de marginalidad que, a pesar de que han pasado años, se mantiene. Hay que empezar a leer así. A mi hija le digo, léelo, ahí están viendo la literatura de este tipo. Y sugiero los libros de Juan Rulfo, de cuentos también, a mi hija le gustan y sé que a otros jóvenes. Los cuentos de Edgar Allan Poe, de muerte, de terror, que a muchos muchachos les encanta, salvo otra literatura que quizás hasta la desechan.

No me gusta la autoayuda, realmente, no creo que para males individuales haya tantos remedios que se apliquen para todo el mundo por igual. Si es del siglo XX, y hablando de la concepción religiosa, por ejemplo, en García Márquez, siempre he percibido un anticlericalismo y una crítica cruel y mordaz a la iglesia y a los sacerdotes. Las figuras sacerdotales que aparecen en sus obras a menudo se presentan de manera burlesca y en otros casos, dándoles la dimensión que tenían en aquel momento. Esa forma de expresar el pensamiento se manifiesta indudablemente en la literatura; para mí, no hay obra literaria sin la presentación de pensamiento y de una variedad de pensamientos, según han existido y existen en la actualidad. Cuando usted alude a obra literaria, está hablando naturalmente de poesía, de cuentos, de novelas e, incluso, podría decirse que hasta de teatro, porque el teatro también se escribe.

Y si usted tuviera que hacer una recomendación a un profesor novel de filosofía: ¿Cuál de esos géneros le recomendaría? ¿Le recomendaría uno de esos géneros literarios propiamente o le recomendaría iniciar a sus estudiantes mediante algo más típicamente filosófico, como el aforismo, el ensayo o el tratado?

Aunque no es mi preferido, pero respondiendo a lo que estamos dialogando aquí, sugeriría la poesía. Leía a Amado Nervo, no porque quisiera sino porque me llegó de repente, y me impactó. Me gusta Rubén Darío, especialmente «Encanto de vida» y «Lo fatal», el último de los cantos: «Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivos, ni mayor pesadumbre que la vida consciente». Pero Nervo, cuando empieza «En el ocaso de mi vida», yo te bendigo vida, porque nunca me diste ni desagravio ni vida fallida, y termina diciendo «vida, nada me debes». Estamos en que la poesía habla mucho y enfrenta a uno con la realidad dura. Ese tipo de poesía, claro está, que hay un marco de tradición, pero creo que la poesía podría vincularse muy bien a la filosofía, aunque no vamos a ser como Platón, cierto, que tenía preferencia por la poesía y la filosofía y dejó todo por la filosofía, pero realmente creo que sí.

En la narrativa, la novela y el cuento son muchas las obras sustanciosas que podemos encontrar. Digo, en mi experiencia lectora, porque hay demasiado en ese universo, pero hay cosas que te marcan de contenido existencial, de contenido religioso, que pueden ayudar a la reflexión, a la comprensión y a ese desentrañar la realidad que necesitamos. Y esa retórica se oye muy bien, pero trabajarla ahí en la cotidianidad, con la realidad en que están nuestros muchachos, es una tarea dura, pero se puede.

Los jóvenes de hoy, ¿leen más o menos, mejor o peor que los jóvenes de su generación, profesor?

Bueno, ahora realmente los jóvenes….. Bueno, no quiero acusarlos en sí mismos. Habría que ver el contexto en que están viviendo y qué les estamos ofreciendo y qué les hemos dado realmente, pero se dificulta mucho en la clase de filosofía. Yo no me atrevo, lo confieso, a ponerles un libro extenso porque algunos se retiran. Es fundamental tres o cuatro páginas. Preguntar y socializar con ellos cuesta y hay que motivarlos a buscar estrategias diversas. Tenemos grandes desafíos. Los estudiantes están un poco desenfocados; no se le da el valor que tiene la lectura debido a lo mediático. Es más fácil deslizar la pantalla con un dedo, mirando imágenes, que enfrentarse al texto como tal y a todo lo que este demanda: la interpretación, la decodificación, la relación de ese texto con la realidad que ellos viven. Es una lucha que tenemos que asumir desde las aulas. Pienso que desde ahí es de donde tenemos que incentivarlos, porque aunque la familia da el modelaje, como ya existen teorías de que si ven a los padres en casa leyendo, hay más posibilidad de que lo hagan. Sin embargo, están también sus intereses.

Desde el punto de vista de la mejor didáctica de la filosofía, ¿usted sugeriría lecturas o cátedras, o matizar o vincular unas y otras?

Cátedra no; investigación, discusión, debate, sí; producción escrita, sí. La cátedra, creo, lo crítico desde otra concepción pedagógica. Claro está, de la reflexión que he podido hacer, para mí la cátedra es mortal y es una educación todavía, digo yo, medieval. Al menos, la idea de cátedra que tengo, verdad, de la cátedra impartirla desde esa óptica, el profesor como el único recurso que dice. No, así no, el maestro orienta.

Pero dentro del proceso que se establece con los estudiantes y, sobre todo, con la filosofía, tengo que escuchar qué piensa el otro, cuál es su sentir, eh, que disientan de mí, que pueda escuchar otra cosa, como a veces ocurre, que me desentonan. Ilustro lo que expreso: una vez criticaba en una clase, que abordábamos la moral en el programa de filosofía y hablábamos o los puse a discutir sobre el aborto y las causales, entonces, una chica levanta la mano y yo defendiendo que la violación no, que era mejor que esa madre no tuviera al niño, varias chicas me encararon, profesor, a mí me violaron y lo tengo, usted, entiende, me desarticularon el discurso. Por tanto, hay que volver a asumir la parte humana, a orientar y decirle, tú eres valiente. Esa discusión es escuchar al otro. Que lean, estudien, interpreten su realidad es lo más interesante para mí en la clase. Por supuesto, la orientación del maestro es determinante, con peso, nutritiva, apegada a la verdad, a los principios intelectuales y académicos y no a meras concepciones y eso es duro, es una tarea difícil.

Se sigue, por lo que usted dice, que Platón no ha muerto. Además de Platón, ¿qué otro filósofo le impactó? Porque es evidente que Platón le impactó, verdad, profesor.

A pesar de que en el seminario el énfasis en la filosofía antigua fue muy grande, gracias a los sacerdotes jesuitas, el que a mí me llamó la atención fue Sócrates y lo que voy a decir quizás muchos comenten que suena a cliché, pero creo que no, que debemos rescatarlo: centrarse en el ser humano, en los valores, en que el ser humano sea justo, bueno, en el contexto de ahora, porque en el contexto griego podría variar, pero nosotros, en estos tiempos, procurar que aprenda a vivir con los otros, a ser persona. Estoy convencido de que ese es el imperativo de esta época, aprender a convivir con los demás, a aportar, a apegarse a lo ético. Es una filosofía atrayente todavía y lo fue en la antigüedad, por así decirlo, porque uno encuentra ahora filósofos con ideas completamente disruptivas hasta en el mismo campo de la filosofía. Caramba, uno tiene que sentarse a ver a dónde está y qué uno quiere aprender y enseñar, yo mismo suelo ser a veces medio autónomo y tal vez asumir mi propia postura, nada, la edad va poniendo a uno de esa manera, espero no envejecer tanto con ideas tan anárquicas. Pero, reitero, Sócrates es realmente la figura de la que he recibido lo que he hecho y lo que yo aspiro conmigo, con mi familia y con los demás.

Y en el plano estrictamente nacional, ¿hay una figura que usted también, digamos, pudiera escoger como modelo de lo que es un filósofo?

Ahora mismo me pasa mucha gente por la mente, pero no, o sea, honestamente, quizás por el ahora, muy rápido, verdad, no me llega nadie. Aunque, tengo una persona en el mundo eclesiástico en que viví, que es un ejemplo de espiritualidad, que me llama la atención y que me marcó notablemente: Monseñor Rafael Felipe, conocido cariñosamente como el Padre Fello. Fue canónigo del San Pío X, rector, y luego, obispo de Barahona, actualmente emérito. Vi en él un estilo de vida y una pureza que me motivaron a actuar de manera diferente, adoptando otros valores y una nueva concepción de la vida. No es un filósofo en el sentido tradicional, no obstante, sus ideas inspiran dignamente. Muchos de los que pasamos por sus manos lo recordamos como una persona apegada a la sencillez, preocupada por promover y fortalecer el crecimiento humano y espiritual de los demás. Siempre recuerdo una frase fundamental que decía: “Un cristiano no se construye primero; primero se construye el ser humano, y sobre ese andamiaje se monta el cristiano”. Para mí, eso es pensamiento, eso es profundidad, y es sumamente interesante en el campo de la psicología y de la religión, lecciones que llevo hasta hoy y que tomo paso a paso en cuenta.

Mucha gente, generalmente no ligada a la disciplina, tiende a pensar que filosofía y religiosidad o sentido de lo trascendente se excluyen. ¿Cómo ve usted esa relación, profesor?

No, eso negaría la misma naturaleza de la filosofía. Nosotros queremos desentrañar la realidad total, buscamos la interpretación y la transformación del mundo, y si hay una cuestión que siempre ha servido al ser humano, es la religiosa. He entrado en una crisis interesante últimamente, porque digo, oh, uno se pone serio cuando está más cerca de la muerte. La comprensión de lo que hay, de la vida, de la muerte, del más allá, son temas que me interesan y lo hago para ir aprendiendo a morir. Pero lo que tengo que aprender es morir con perspectiva de esperanza o sin ella, y a veces, como que la perspectiva de esperanza se me va y otras veces se reaviva y vuelve otra vez. Entonces, los alumnos me dicen, «profesor, ¿qué es usted?», y hubo un estudiante que me cuestionó, «profesor, usted no es ateo», y me señaló algo que me taladró el alma: «usted es agnóstico». Visto de ese modo, estoy peor que cualquiera porque es mejor que me percibieran ateo. Y de ahí hice la siguiente reflexión: ese agnosticismo posiblemente yo lo he dado a demostrar con mi discurso, con lo que digo. Y eso es interesante, encontrar estudiantes que te puedan confrontar de manera directa, y uno verse obligado a darle una explicación. Pero la relación debe ser también única. Esa dimensión del ser humano tiene que ser explorada, la riqueza que puede despertar en nosotros al cultivarla y todo lo que hay de incógnita, de duda, pero que al no tener la certeza nos motiva a seguir escarbando y a afianzarnos en algún elemento de la fe para poder entonces definir cosas y vivir conforme a ella.

Y su experiencia como hombre de fe o de conciencia religiosa, como profesor de la Escuela de Filosofía de la UASD, ¿cómo ha sido? ¿ha tenido obstáculos, inconvenientes?

No, en la escuela prima la libertad y el respeto a todo el mundo. La escuela está llena de profesores con ideas religiosas; de hecho, hay varios que estudiamos juntos, que somos contemporáneos: Martín Astacio Frías, Luís Camilo, Abraham, que estuvieron también en el seminario y muchísimos más. Esa valoración a la diversidad es lo que la hace una verdadera escuela de filosofía. Si no fuera una secta, sería otro tipo de concepción. Tiene que haber esa pluralidad, que es parte de lo que hacemos y que establece lo que estamos proponiendo: desarrollar un pensamiento crítico de la realidad, valorando la individualidad de argumentos, de creencias, y poder hacerlo juntos sin perjudicar a nadie.

A veces, incluso, nuestro director propone escenarios para que salgan esas experiencias en el famoso programa 24 horas de filosofía. Sin temor a nada y cada quien, desde su visión, expone sus ideas, vivencias y credos, con los que consideramos que podemos  convencer a los demás. O, en su defecto, escuchar otros que nos ayuden a cambiar. Todo es posible donde se practica la tolerancia y la libertad.